jueves, 5 de enero de 2017

Reflexión del ahora



¿Cuánto tiempo toma reproducir una acción?, depende del grado de difusión y la predisposición de las personas. ¿tiene el hombre una inclinación a lo perverso?, realmente lo dudo, somos entes puramente egoístas (unos que han bien logrado encaminarlo y otros que se han quedado en el vulgo), procurar el mal a alguien más requiere centrar nuestración en aquél, por tanto, ¿quién podría permitirse sobreponer por encima del yo al otro?, no se busca el daño directo, es consecuencia de la práctica.

Sin embargo, la maldad y el egoísmo vulgar surgen en un primer momento, de ambiciones insaciables (envidia), sentimiento de inferioridad y victimización, la ignorancia, pese a lo que pudiera pensarse, no juega un papel fundamental, al menos no hasta ahora, no es el intelecto lo que influye sino el sentimiento.

A las filas de este grupo están adheridas infinidad de personas, aun sin saber que forman un colectivo. En seguida, surgen otros grupos: oportunistas, cuya máscara dejan a un lado para revelarse en el caos del mundo; camaleones, “donde fueres, haz lo que vieres”, se adaptan para sentirse parte de un conjunto. La situación y sus consecuencias, los grandes números, les ofrecen un escudo e incluso una justificación para sus acciones.

El primer grupo es el eslabón “manipulado”, goza de doble recompensa: la retribución bajo la cual aceptó incorporarse, más la satisfacción sensacional (para sí mismos adquieren relevancia y liderazgo); el segundo, por convicción se vuelve partidario, su único goce radica en el curso que tomen las acciones del momento.

El uno impulsa al otro, y es ésta retroalimentación la que perpetua el ciclo, pues mientras haya cohesión no puede ser derrumbado; pero el hombre no toma consciencia de esto, es puro instinto, y es una lástima que este instinto surja, primordialmente, en la defensa de cosas que no debieran serlo.





© A. Zante 2017

lunes, 26 de diciembre de 2016

La superficie

Cada vez que alguien nuevo entra a nuestras vidas, vamos aventurándonos (sin darnos cuenta), con cobardía; no lo digo por el temor o las reservas que se hacen presentes al inicio, sino, por el contrario, a aquella que se establece una vez que ya existe "confianza", término al que recurrimos para designar el conocimiento que creemos tener, y nos basta, del otro, cuando esto, muchas veces, apenas es una percepción bastante superficial.

Con esto no quiero decir que se deba estar en un constante estado de alerta, a la defensiva lo llaman algunos, es mejor mostrar mesura, cautela, pues cuando las "traiciones" se presentan, es fácil apegarse al papel de sufridas víctimas, nos es díficil reconocer la existencia de un actor y un receptor: la culpa, aunque desigual (aclarando que esto es en cuanto compete a creer en alguien más), habrá de compartirse.

Pero, ¿por qué?, sencillo, porque hay un punto en el que nos basta la infomración que hemos conseguido obtener, nos sentimos tan cómodos que ya no creemos necesario cavar más profundo (¡cuándo realmente ni siquiera hemos pasado de la superficie!), y de hallar alguna novedad, será solo circunstancial; es a partir de éste punto que nos volvemos apáticos.

La ausencia de curiosidad, la indiferencia que dejamos nos envuelva, ¿es una elección voluntaria o acaso, inconscientemente, nos detenemos, pues nos paraliza la idea de encontrar algo desagradable?, ¿por qué nuestro primer pensamiento suele tender a lo negativo?

¿A qué tipo de relaciones aspiramos?, ¿cuál es el límite de nuestra tolerancia?

A menudo, como el planeta mismo y otros misterios del universo, la superficie es hermosa, pero insignificante, hace las veces de una contraportada, nos da la idea general, nunca perfecta pero lo suficiente para intentar seducirnos, sin embargo, según la interpretemos, cabe la posibilidad de caer en un error; y en el resto cuya superficie parece no decir nada, al retirar el manto protector, hallamos algo cuya belleza puede no radique en los cánones establecidos, sino en una, inicialmente, incomprensible pero admirable complejidad.

Así que, quitémonos esperanzas y miedos, vayamos sin esperar nada, dejemos que lo que sea que hallemos mientras cavamos, hable por sí mismo, restituyamos el verdadero valor de "conocer".




© A. Zante 2016

sábado, 8 de octubre de 2016

Paranoia

Placida e inocentemente viene a cuestionarme la incertidumbre, cada día lo va haciendo un poco más temprano, parece fascinarle el nerviosismo, la palidez, el delirio de persecución que me provoca, en tanto mi cerebero lucha objetivando cada detalle tuyo, más díficil se ha vuelto ignorar palabras, pensamientos, acciones, que ayer fueran inadvertidas nimiedaes, ¡hoy todo es digno de sospecha!

¿Cuál es el motivo?, ¿qué gana con esto?, ¿dónde y cuándo dará fin con la mortal estocada?, ¿por qué yo?, ¡por qué!, estas son algunas de las pocas preguntas que hacen eco en mi cabeza, se expanden, chocan entre sí y crean nuevas y complejas conspiraciones, respirar se torna complicado, ¡es autonómo, sin embargo parece que lo he olvidado!

¿Quién se toma tantas consideraciones para crear una farsa y qué cruel fin persigue?, es la hipótesis que busco desesperadamente derrumbar con argumentos de sólidas bases, ¡quiero creer, quiero creerte!, pero hay un algo desconocido que está agotando en gritos su voz para advertirme de ti, mas específicamente, no sabe de qué.

Daría lo que fuera por una certeza actual, mas pienso ésta queda restringida únicamente al pasado, e incluso debe recordarse que este es vulnerable de modificación, ¿dónde quedó la seguridad, mejor dicho, alguna vez la hubo?

Pronunciaré años más tarde mientras suspíro - era verdad su ofrecimiento-, y el valor que la tímida sonrisa reunió para asomarse en mi boca habrá sido insuficiente para lograr su cometido, pues va despavorida a refugiarse, dejándome triste... ¿en verdad es este el futuro que deseo?

Puesto que hallar la verdad en un mar de tintas grises puede que sea, además de complicado, inútil, no queda más que ampararse en la estadística, cincuenta por ciento es la probabilidad, la moneda gira en el aire...

Mañana le será concedida una respuesta a la incógnita: sea un acierto o un error, los habré cometido, ¡pero por acción, no por inercia!

A. Zante
2016

lunes, 25 de julio de 2016

Pensamiento de los pasos hacia el futuro




La evolución en el planeta ha marcado pautas sobre gobiernos efímeros: al principio la lucha concernía a quién se adaptaba más rápido al ambiente, pues no se tenía forma de modificarlo y por tanto, la única respuesta sensata para continuar viviendo. 
Una vez dominando el hábito de la continua modificación de uno mismo, surgió otra competencia, la cual se basaba en la fuerza como método de dominación y supervivencia. Quien se opone al fuerte, era aplastado; muchas veces ésta fuerza se acompañaba de corpulencia, y por tanto su “liderazgo” terminaría en un punto: mayor tamaño, mayor dificultad para encontrar un refugio. 
Siguiendo en el tiempo, aunado a la capacidad de “automodificación”, fuerza (pues siempre es necesaria), se agregó el desarrollo de la inteligencia, y así es como nació un nuevo imperio, una especie se alzó con el poder y hasta nuestros días sigue placida, y en la actualidad, ignorantemente, sentada en el trono.

Se creyó con el derecho de gobernar sobre el resto, y aun entre sus iguales, unos se han creído superiores. Lo que él supone ha creado de la nada, desde hace tiempo ya existía, simplemente se ha limitado a plagiar a la naturaleza, a mantenerla como rehén y esclavo.

Unos pocos han intentado dar voz al grito de la tierra, pero es mayor el ruido producido por la placidez de los que disfrutan a sus costillas. Se ha pensado que no importa cuántos animales, plantas y árboles matemos, pues se seguirán reproduciendo, es el orden natural, y es este mismo orden natural lo que lo hace parecer infinito al corto plazo (como nuestra memoria que todos los días al despertar solo toma en consideración el ahora, debiendo meditarse a consciencia y pacientemente si se desea recordar el pasado), pero debe recordarse que toma tiempo la restauración, o en palabras que hoy todos entenderán: “lo invertido no se recupera pasado un segundo”. Pensamos que los logros tecnológicos nos permitirán huir pronto de este devastado planeta, pues en nuestro sistema solar podemos contar con varios candidatos.

Animales de una misma especie se agrupan, compiten, tienen normas “primitivas” y sus “comunidades salvajes” han perpetuado; en cambio, nosotros hemos estado empeñados en dividirnos de una y mil formas. Formamos, en parte, parte de millones de grupos, pero íntegramente no pertenecemos a ninguno; repudiamos a nuestros semejantes.

Estoy comenzando a dudar de que nuestro cerebro primitivo haya “evolucionado”, al menos de que lo haya hecho de forma inteligente: debiéramos velar primordialmente por el bien común, sin olvidarnos del propio (aunque en el primero se incluya también el segundo), pero no, nos fascina complicar las cosas. Y aun pensando en el bien común, la limitada y egoísta visión solo se cierne sobre la, autoproclamada y erróneamente llamada, humanidad, ¡cómo si fuéramos los únicos terrícolas!

Una especie astuta, pero superada en número tomó el poder. ¿Qué pasaría si los animales comprendieran esto, nos derrocarían y actuarían como tiranos, o simplemente con firmeza establecerían limites mostrándose superiores en este aspecto?

Consideramos como plaga los grandes números, y más aún cuando se inmiscuyen en nuestro hogar, cuando con violencia nos establecimos.

Si una inteligencia superior a la nuestra, brillara en la tierra, ¿le daríamos el derecho de someternos como hasta ahora habíamos estado haciéndolo? Lo dudo mucho, aun si nos brindasen la esperanza de prosperidad y dicha eterna, se nos ha herido individualmente la confianza, que incluso siendo verdad, titubearíamos y mostrando nuestro lado animal, atacaríamos.

Debemos reconciliarnos con nuestra especie y con nuestros millones de terrícolas vecinos, si es que queremos seguir disfrutando del planeta, de no hacerlo, seremos como el irritante infante que continúa experimentando hasta ser castigado, viendo cuántas especies se necesitan extinguir hasta el efecto dominó.

© A. Zante  2016