La evolución en el planeta ha marcado pautas
sobre gobiernos efímeros: al principio la lucha concernía a quién se adaptaba
más rápido al ambiente, pues no se tenía forma de modificarlo y por tanto, la
única respuesta sensata para continuar viviendo.
Una vez dominando el hábito de
la continua modificación de uno mismo, surgió otra competencia, la cual se
basaba en la fuerza como método de dominación y supervivencia. Quien se opone
al fuerte, era aplastado; muchas veces ésta fuerza se acompañaba de
corpulencia, y por tanto su “liderazgo” terminaría en un punto: mayor tamaño,
mayor dificultad para encontrar un refugio.
Siguiendo en el tiempo, aunado a la
capacidad de “automodificación”, fuerza (pues siempre es necesaria), se agregó
el desarrollo de la inteligencia, y así es como nació un nuevo imperio, una
especie se alzó con el poder y hasta nuestros días sigue placida, y en la
actualidad, ignorantemente, sentada en el trono.
Se creyó con el derecho de gobernar sobre el
resto, y aun entre sus iguales, unos se han creído superiores. Lo que él supone
ha creado de la nada, desde hace tiempo ya existía, simplemente se ha limitado
a plagiar a la naturaleza, a mantenerla como rehén y esclavo.
Unos pocos han intentado dar voz al grito de
la tierra, pero es mayor el ruido producido por la placidez de los que
disfrutan a sus costillas. Se ha pensado que no importa cuántos animales,
plantas y árboles matemos, pues se seguirán reproduciendo, es el orden natural,
y es este mismo orden natural lo que lo hace parecer infinito al corto plazo
(como nuestra memoria que todos los días al despertar solo toma en
consideración el ahora, debiendo meditarse a consciencia y pacientemente si se
desea recordar el pasado), pero debe recordarse que toma tiempo la
restauración, o en palabras que hoy todos entenderán: “lo invertido no se
recupera pasado un segundo”. Pensamos que los logros tecnológicos nos
permitirán huir pronto de este devastado planeta, pues en nuestro sistema solar
podemos contar con varios candidatos.
Animales de una misma especie se agrupan,
compiten, tienen normas “primitivas” y sus “comunidades salvajes” han
perpetuado; en cambio, nosotros hemos estado empeñados en dividirnos de una y
mil formas. Formamos, en parte, parte de millones de grupos, pero íntegramente
no pertenecemos a ninguno; repudiamos a nuestros semejantes.
Estoy comenzando a dudar de que nuestro
cerebro primitivo haya “evolucionado”, al menos de que lo haya hecho de forma
inteligente: debiéramos velar primordialmente por el bien común, sin olvidarnos
del propio (aunque en el primero se incluya también el segundo), pero no, nos
fascina complicar las cosas. Y aun pensando en el bien común, la limitada y
egoísta visión solo se cierne sobre la, autoproclamada y erróneamente llamada,
humanidad, ¡cómo si fuéramos los únicos terrícolas!
Una especie astuta, pero superada en número
tomó el poder. ¿Qué pasaría si los animales comprendieran esto, nos derrocarían
y actuarían como tiranos, o simplemente con firmeza establecerían limites
mostrándose superiores en este aspecto?
Consideramos como plaga los grandes números, y
más aún cuando se inmiscuyen en nuestro hogar, cuando con violencia nos
establecimos.
Si una inteligencia superior a la nuestra,
brillara en la tierra, ¿le daríamos el derecho de someternos como hasta ahora
habíamos estado haciéndolo? Lo dudo mucho, aun si nos brindasen la esperanza de
prosperidad y dicha eterna, se nos ha herido individualmente la confianza, que
incluso siendo verdad, titubearíamos y mostrando nuestro lado animal,
atacaríamos.
Debemos reconciliarnos con nuestra especie y con
nuestros millones de terrícolas vecinos, si es que queremos seguir disfrutando
del planeta, de no hacerlo, seremos como el irritante infante que continúa
experimentando hasta ser castigado, viendo cuántas especies se necesitan
extinguir hasta el efecto dominó.
© A. Zante 2016